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El lazarillo de Tormes

  • Foto del escritor: Myosotis Rowan
    Myosotis Rowan
  • 5 feb 2016
  • 2 Min. de lectura

Hay días en que un libro puede alegrarte, sacarte esa sonrisa que tanto necesitas. Leer las aventuras y desventuras de este Lazarillo de Tormes, es sonreír (y hasta reír, si se está de buen humor) por sus ocurrencias y todo lo que por ellas le acaece. Pero también es compadecerse hasta lastimar el corazón y el sentido de justicia ante las condiciones en que se hallaban aquéllos que entraban al servicio de un señor. Picaresca que, en tiempos de necesidad, no está tan alejada de nuestro tiempo más presente. Pero es que además, "El Lazarillo" tiene sorpresas increíbles: 1- "El lazarillo de Tormes" se le atribuyó a un jerónimo llamado Juan de Ortega y a don Diego Hurtado de Medonza y al mismísimo Lope de Rueda.



2- Ambos, directa o indirectamente, estaban relacionados con el emperador Carlos V. Lope porque estuvo encargado de preparar el aposento del monasterio de Yuste para el Emperador cuando éste decidió retirarse del mundo. Hurtado de Mendoza porque era el embajador de Carlos V.



3- Aunque el Lazarillo se da hoy en día como obra anónima, dejadme volar la imaginación, que es de las poquitas cosas gratis que hay en el mundo: ¿os imagináis que hubiera sido el propio Carlos V quien lo hubiera redactado? 4- Lo cual nos lleva, si nos dejamos llevar por esta idea totalmente loca, a la irónica circunstancia de que estuviera entre los libros prohibidos por la Inquisición.

Sinopsis: Sin nombre de autor y sin punta, al parecer, de intencionado propósito, ni menos de vanas pretensiones, salió a la estampa hacia los últimos años del reinado de Carlos V un librejo, tan corto en tomo, cuan largo en afortunado suceso. Corrió dentro y fuera de España con tan buena estrella y general aplauso, cual no se recordaba de otro alguno desde que se publicó "La Celestina" ni había alguno otro de sonarse hasta que Guzmanillo y Don Quijote vinieran al mundo. Como aquella había sido la más famosa obra de ingenio en el tiempo de los Reyes Católicos y habían de serlo estas dos en el de los Felipes, fuelo el Lazarillo en el del emperador. Fue el libro de todos: de la gente letrada y de la gente lega, de eclesiásticos y seglares, del pueblo bajo y de las personas de cuenta. Aventureros y merchantes llevábanlo sin falta en la faltriquera, como en la mochila trajineros y soldados. Veíase en el tinelo de los pajes y criados no menos que ne la recámara de los señores, en el estrado de las damas como en el bufete de los abogados. Los españoles solazábanse con su leyenda, halladas pintados en vivo en el diminuto cuadro las costumbres, sobre todo, del pordiosero, del clérigo y del hidalgo, a que se reducían las maneras de vivienda en la España de aquellos tiempos; los extranjeros aprendían en él la lengua castellana, como en la más sencilla Cartilla de entonces y en el más entretenido Catón. Julio Cejador


 
 
 

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