Antitauromaquia
- Myosotis Rowan
- 14 feb 2016
- 3 Min. de lectura

Esta lectura te duele como una herida abierta, como si te hurgaran en ella con la misma banderilla con la que asesinan al toro.
Con su "Antitauromaquia", Miguel Vicent no sólo escarba en la España más degradante, no sólo grita contra esta injuria e injusticia social, no sólo nos escupe a la cara nuestro barbarismo o, por mejor decir, el barbarismo consentido de unos pocos, sino que nos enseña la diferencia entre ser omnívoro y ser verdugo, bestias sin escrúpulos. Al igual que en una partida de ajedrez se nos revelan ciertos aspectos de la conducta de los jugadores según apertura y actitud a la hora de mover las fichas, el toreo no es más que una realidad de cierta parte de nuestra sociedad, por desgracia aún muy arraigada; de esa sociedad de lo más rancia y castiza, con olor a sobaquera y manos de uñas renegridas y aún sucias, que se llevan la comida a la boca después de haber usado el baño y obviado el agua. No he podido leer el libro de un tirón. A veces he tenido que dejarlo aparcado, con el estómago revuelto y a punto de llorar de rabia, porque me sigo preguntando: ¿por qué somos las personas como yo las que tenemos que leer esto, las personas que no necesitamos concienciarnos porque ya lo estamos? Esto es lectura obligada para los otros, esos que se deleitan viendo taladrar la piel de un animal, verlo humillado, sin poder alzar la cabeza cuando la espada le ha entrado en los morros, provistos de cientos de diminutas terminaciones nerviosas (por favor, para sentir la mitad de una milésima de este dolor, arránquese usted un pelito de la nariz con unas pinzas. Así, de golpe, de un tirón, para notar menos lo que se le avecina). Es una lectura para aquéllos de la excusa fácil de que los toros, si no se lidian, no tienen razón de ser (como si fuera una raza inventada por el hombre y no natural). O para aquéllos de contestaciones mediocres tipo: "Pues tú bien que te comes el pollo y es también un animal". Desde la cabra tirada desde lo alto del campanario, pasando por los pajaritos fritos (muerte inútil al no servir para calmar el hambre), sin olvidar la ignominia del venado muerto en plena declaración de amor por la espalda y sin aviso, de manera rastrera y cobarde, hasta el toro de lidia, Manuel Vicent escribe esta denuncia magistral a la que tan sólo le reprocho la inclusión de Dios en ella. Un libro que yo no debería haber leído, que no deberíamos leer ninguno de los que creemos en la defensa y derecho al honor de cualquier forma de vida y que debería ser lectura obligatoria para aquéllos que siguen viendo en la Vergüenza Nacional, como la fiesta nacional. Sinopsis: Cuando uno ha nacido y crecido rodeado de corridas, capeas y encierros de toros por todas partes puede creer que esta costumbre bárbara es algo natural, pero llega un momento en que se experimenta una revelación. Manuel Vicent también fue en su niñez y juventud uno de tantos españoles que gozó de la fiesta nacional, hasta que un día descubrió su miseria. "Cuando uno vuelve al lugar de aquellos juegos taurinos que le hicieron tan feliz y contempla a otros niños embruteciéndose con el mismo juego, de pronto, a uno se le abren los ojos y se le presenta con toda nitidez la crueldad humana- dice Manuel Vicent en el prólogo a este alegato antitaurino-. La mirada se transforma y el estómago sufre un vuelco y entonces se inicia una lenta conversión". Nadie tiene derecho a gozar haciendo sufrir a los animales. Nadie tiene derecho a convertir en espectáculo festivo y moral la muerte de un toro. En este principio se basa esta "Antitauromaquia", que no es un arte de torear al revés, sino una apuesta por no torear a nada ni a nadie y salvarse de la crueldad.