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La maldición de los Montpensier


Es muy curioso cómo los autóctonos de un sitio, se enorgullecen con sus historias, sus leyendas, sus monumentos, pero cuando entras en profundidad, apenas conocen más que pinceladas. Porque las han oído de sus padres, tíos, abuelos, vecinos, en el colegio, por encima, pero nunca las han aprendido por ellos mismos.


Y es que, si hay algo más importante que la educación, es la autodidaxia (cuidado, que la palabreja no está en la RAE).


Y es que en la Universidad (el que llegue y haga la carrera de Historia), en el colegio y en el instituto, aparte de no entrar en ciertos detalles ni ciertos personajes, se da todo por encima. Nos presentan a esos hombres y mujeres que hicieron historia como figuras estáticas, sin gustos ni disgustos, simplemente como seres de otro tiempo, lejanos, que nada tienen qeu ver con nosotros. A veces la forma de enseñar las cosas (exigir memorizar fechas exactas, hechos concretos sin conocer lo que se cocía bajo ellos hasta que estallaba el hecho en sí, etc) mata toda curiosidad por aprender.


Habría dado cualquier cosa porque me enseñaran ciertas cosas de una forma más fácil, más divertida de aprenderlas, para que pudiera entender mejor a esos seres que nos hablan desde la distancia. ¿Alguien sabía, por ejemplo, que los célebres hermanos Pinzón habían sido piratas antes de embarcarse con Colón?


Eso son los detalles que consiguen despertar el interés y que el alumno quiera seguir aprendiendo.


La novela de Robles no es una novela de misterio, magia y fantasía. Es Historia pura, pero metida de tal forma que el lector la lee de un tirón, como si fuera una novela de entretenimiento y se termina asombrando de datos que no conocía, a pesar de que la historia general, más o menos, sí la tenía asumida.


Francisco Robles además tiene la maestría de estar contando la historia desde los distintos puntos de vista de los distintos personajes, y consigue cambiar de registro y no ser sólo una voz monocorde, sino que se puede ir siguiendo el hilo con las distintas voces de quienes hablan desde sus páginas.


Y, sin embargo, hay que ponerle un par de peros a la novela, desde mi punto de vista y gusto personal.


El primero de ellos es un estilo que va tomando cada vez más fuerza en la literatura, pero que me ha asombrado encontrar en esta novela, porque suelo encontrarlo en relatos que están escritos con el pensamiento puesto en la pantalla, grande o pequeña, que en eso ya no entro, y éste no es el caso. Me refiero a lo que vengo denominando como "estilo cinematográfico" y que consiste, ni más ni menos, que en contar ciertas acciones que tienen un nexo en común como es el tiempo en el que se desarrollan, pero por distintos personajes y en distintos espacios. El resultado son frases más o menos cortas que pueden contender los distintos pensamientos o sentimientos o acciones de varios personajes a un mismo tiempo, de forma que trata que el lector vea estas imágenes en su cabeza como si estuviera en una sala de cine o ante el televisor. ¿Por qué no me gusta? Pues porque el estilo puede llegar a confundir, a ser poco claro, embrollado. La mente del lector trabaja a un ritmo rapidísimo al mismo tiempo que lee para comprender quién habla en cada momento y cuál es su situación. Si a esto añadimos que en este libro, esta sucesión rápida de hechos estilo pantallazos no tiene puntos y aparte, sino que todo son puntos y seguidos, la sensación de la lectura y composición es caótica y puede llegar a confusiones y a tener que releer el párrafo más de una vez.


Aún así, y a pesar de estos detalles minúsculos frente al buen hacer de Francisco Robles, totalmente recomendada.


Sinopsis:


La enigmática muerte del escultor Antonio Susillo es el último eslabón de la cadena de maldiciones que sufrió la infanta María Luisa Fernanda de Borbón- hermana de Isabel II- desde que se estableció con su familia en el palacio de San Telmo de Sevilla, convertido en verdadera Corte Chica del reino de España durante una generación.


Su mirada femenina nos adentra en un siglo agitado y tumultuoso, plagado de revueltas, pronunciamientos y cospiraciones a los que algunos casos no fue ajeno su propio esposo, el duque de Montpensier, eterno aspirante al trono. Estas memorias apócrifas desvelan la clave de aquellos acontecimientos sucedidos en el siglo XIX y que sin embargo- como si de otra maldición se tratara- han marcado al historia de España hasta nuestros días.


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